El Experimento
Me han encerrado en una habitación oscura.
Las paredes son tan negras como el extenso océano, al igual que el suelo y el
techo. Ha sido acondicionada previamente de forma que ningún ruido del exterior
pueda alcanzarme: es el más perfecto remanso de paz al que jamás he sido
destinado.
Por fin puedo pensar aquí, y no pensar en
nada al mismo tiempo. No hay nada que me estimule. Oscuridad total. El único
sonido que percibo es el que produce mi corazón al latir. ¡Qué hermosa
tranquilidad! Levanto mis pies del suelo al ritmo de la música inexistente y
camino hasta que me choco con la primera de las paredes: sin duda, es un espacio
cerrado.
Retrocedo entonces unos pasos y me imagino
en el centro mismo de la estancia, donde tomo la decisión de acostarme. El
suelo está frío, y mi interior se agita de pronto al rozarlo con las yemas de
los dedos. Es liso y firme, suave, perfecto. ¿Serán en verdad las paredes
negras o simplemente habrán apagado la luz? La duda me inquieta.
Cojo el lápiz que llevo en el bolsillo y me
pongo a escribir. Palabras inconexas, incoherentes pensamientos que brotan de
mi mano. Escribiré por toda la pared hasta que choque con la contigua, y
entonces seguiré escribiendo en esta. Nadie podrá leer nunca lo que he escrito
porque las paredes son negras, ¿o no hay luz?
Me miro los pies y no veo nada: es la luz la
que falta. El testimonio de un pobre loco podrá ser visto en cuanto alguien
encienda una cerilla. Un momento… Siempre llevo cerillas encima. Me dispongo a
encender una, pero la caja se me resbala al cogerla y cae. Arrodillado, las
palmas de mis manos tantean el suave, firme, liso pero frío suelo. No hay
rastro de los fósforos. Sigo mi búsqueda a ciegas, y de pronto mis dedos se
encuentran con algo diferente. Parece metálico y tiene forma cilíndrica. El
índice corretea con el corazón hasta alcanzar la parte superior del objeto, e
inevitablemente se introducen en él: es un bote de pintura.
Mi mano está manchada y mi cuerpo no tarda
en seguir su rumbo. Me quito la camiseta lentamente, y la dejo caer a la vez
que me deshago de mis pantalones. Ahora la ropa interior. Estoy desnudo de
vestimenta y desnudo del mundo. Es hora de desnudar también mi alma. Llevo las
dos manos hasta el extraño intruso y las baño. Las encamino ahora a mi pecho
descubierto y traslado la pintura de una parte a otra. Me toco todo el cuerpo
hasta estar completamente cubierto de color, pero ¿qué color? Me gustaría saber
si es azul lo que me cubre o es rojo. O negro, negro como el aire de la
habitación. Pero no puedo saberlo así que me limito a pegarme a las paredes, y
me restriego dejando mi huella en todo aquello que toco. Mis pies marcan el
camino que sigo. No puedo parar de correr de un lado a otro llenándolo todo de
esmalte. Vierto ahora el bote completo por el suelo, y ya he perdido el lápiz.
Acostado una vez más, tras el breve momento
de euforia, disfruto del silencio y la oscuridad. Pero el silencio se rompe y
oigo algo, un leve murmullo, un sonido apenas perceptible que se diferencia de
mis latidos: alguien está hablando. Habla demasiado bajo o está excesivamente
lejos, pero habla. Cada vez habla más alto y claro, y empiezo a comprender lo
que dice. Oigo tu nombre. Sea quien sea quien dice tu nombre. En el más
absoluto silencio lo único que escucho es la misma maldita palabra una y otra
vez.
Me pongo a gritar y a agitarme, tirado sobre
un manto de pintura. Quiero que pare, pero cada vez el volumen es mayor y
apenas oigo mis propios quejidos. Empiezo a correr de nuevo y me golpeo contra
las paredes. Necesito salir de aquí, quiero que acabe esta pesadilla. Y sigo
escuchando tu nombre.
En medio del éxtasis y la confusión, se abre
una puerta al fondo y se enciende la luz de la habitación. Dos hombres entran y
consiguen agarrarme para sacarme de allí. A lo largo de las paredes, blancas,
un solo nombre. La pintura es negra. El experimento ha fracasado.
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Sebastián Blanco Portals: nací en 1994 en Santiago de Compostela. Actualmente, estudio segundo
de bachillerato en el IES Rosalía de Castro, donde he ganado el primer premio
de Narrativa el curso pasado. Algún día me gustaría poder dedicarme a la
dirección cinematográfica o, en su defecto, a cualquier forma de arte. Adoro la
literatura en todos sus aspectos y mi novela favorita es La muerte en
Venecia, de Thomas Mann. Tengo una extraña obsesión con las jaulas de
pájaros y los búhos.
-Escribo en: http://palabrasparaofelia.blogspot.com.es/
hezto ez copiado lo bi en hun blo del siber espasio de nozeque de hofelia
ResponderEliminarAprende a escribir antes de comentar,payaso.
ResponderEliminarhaprende tu. ipocrita critica mucho peo no hase nas
ResponderEliminar"nozeque de hofelia"
ResponderEliminarNo me extraña que no sepas donde lo viste, por que te fijas poco, ese "nozeque de hofelia" es http://palabrasparaofelia.blogspot.com.es/, que es el blog del autor.
Conclusión: antes de comentar es conveniente informarse y pensar lo que se dice.
Un saludo incluido "hezte"
Quiero responderme yo mismo, por centrarme en contestar a lguien que quizás no lo merecía y no haber dicho lo mas importante.
EliminarMUY BUEN RELATO SEBASTIAN, SIGUE REGALANDONOS TUS PENSAMIENTOS.
Seas quien seas, muchas gracias por tus comentarios, espero que sigas disfrutando con lo que escribo :D
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