sábado, 11 de agosto de 2012

Fátima Gómez Brey

#SIN TÍTULO


Estás aquí, de pie frente a mí, pidiéndome con la mirada una explicación. Yo, sentada en una silla en medio del salón, lucho con mis emociones para que no me traicionen cuando te mire a los ojos. Desolado, roto por la culpa, por la pena, por el dolor o por lo que sea que llevas dentro, me sigues mirando y justo ahora, cuando mis ojos se encuentran con los tuyos, una punzada de dolor me hace trizas el corazón y mi conciencia no se calla “¿qué has hecho? ¿qué estás haciendo?” Y entonces, trato de encontrar la respuesta a esas preguntas. A la que me formula mi fuero interno, a la que tu mirada me obliga a responder. Logro mantener mi mirada en la tuya por unos segundos, el tiempo suficiente para darme cuenta que no solo estoy arruinando mi vida, sino también la tuya. Y quizás, la de alguien más. No supe guardar silencio, no supe ver que cuando los secretos salen al descubierto abren heridas, hacen daño. No supe aceptar que había perdido incluso antes de librar mi batalla. El amor pudo más, y me hizo hablar. Y ahora… ahora me arrepiento. Me arrepiento al ver tus ojos empapados, tu mirada desolada. Me arrepiento al darme cuenta que ya nada volverá a ser lo mismo, aunque yo te ame con todo el corazón y tú… yo no soy quién para hablar de tus sentimientos. Ya no soy nadie. Así lo decido hoy. Ahora.
Sigues aquí, con tu mirada fija en mí. El silencio, un silencio incómodo, cargado de tensión, de dolor, de culpas y de incertidumbre es palpable en el aire. Te acercas sigiloso, empapado de dolor, de ese dolor que yo, con mi silencio y mis palabras a media voz, te estoy provocando. Te acercas, cada vez más y yo, cobarde, incapaz de soportar tu cercanía, me levanto y te doy la espalda justo en el instante en que puedo respirar tu aliento en mi boca. Así, de espaldas a ti y sintiendo tu dolor en mi pecho, pronuncio estas palabras que jamás hubiera querido pronunciar y que tanto tiempo he tardado en ordenar en mi cabeza “No puede ser. Esto no puede ser… Lo supe desde siempre, desde el principio. Lo supe desde que tú comenzaste a vivir sin mí, sin voltear siquiera a mirarme, pero me empeciné en creer que había una posibilidad… una posibilidad que no existía, que yo misma me creé en la mente. Te arranqué de tu felicidad, sin comprender que, en ocasiones, ni todo el amor del mundo es suficiente. Te arranqué de esa vida que habías construido sin mí para tratar de hacer realidad mis sueños contigo. Y me equivoqué. ¿Si me quisiste o no? ¿Si me quieres todavía? No… no lo sé, y tampoco quiero saberlo. Prefiero quedarme con esos momentos que yo misma provoqué, que yo misma creé, con esos momentos que viví contigo en un afán de creer que era posible un amor de novela entre nosotros. Fui egoísta. Lo fui en el instante en que decidí hacerte partícipe de mis sentimientos sin importarme que alguien más habitara en los tuyos. Fui egoísta después de más de tres años callando, llorando y sufriendo en silencio, convenciéndome de que tu felicidad estaba por encima de la mía. En un segundo, mi “chip” cambió y decidí lanzarme al vacío, aventurarme a ser ignorada. No recibí respuesta inmediata y tampoco obtuve respuesta en los meses que siguieron a mi confesión. Sucedió un día, cuando menos lo esperaba, cuando ya no creía que ese mensaje sirviera de algo. Te encontré por una casualidad que para mí fue causalidad, cuando caminaba por la calle. De frente, con una sonrisa tímida, algo raro en ti, me diste el empujón que necesitaba para hacer eso que tantas veces soñé: lanzarme a tus brazos y darte el abrazo más sentido de toda mi existencia. Me quedé ahí, abrazada a ti, dudando todavía, hasta que tus brazos rodearon mi espalda y  comprobé que no era un sueño, que algo había cambiado. Temerosa, rompí poco a poco el abrazo para acto seguido encontrarme en tus ojos. Ahí comenzó lo que nunca debió de haber comenzado. Ahí comenzó una historia que siempre soñé vivir, cuyo final no hubiera adivinado nunca. Ni en la peor de mis  pesadillas. Y lo peor… lo peor es que yo misma estoy, en este instante, poniéndole fin a algo que era, que es aún hoy, el mayor de mis sueños. Pero ya, no puedo permitir que tú sigas aquí. Quizás lo más correcto sería que escuchase primero lo que tengas que decirme, que te permitiera desahogarte y decirme en la cara lo que piensas, pero no. Nuestros caminos se separan aquí, deben separarse aquí. Esos caminos que nunca debieron cruzarse…”  Una lágrima cae. Eso no, eso nunca lo he pensado ¡nunca! Pero tengo que lograr que te vayas, que te desencantes. Yo rompí tu historia, la que estabas escribiendo con ella, y ahora rompo la mía para que tú, para que tú y ella podáis continuar la vuestra sin mi egoísmo manchándolo todo. Pagaré mi egoísmo del pasado con dolor, con el dolor amargo de saber que nunca más podré hablar contigo con confianza, con esa confianza que nació de pronto, sin esperarlo. Con el dolor inmenso de saber que esos sueños, uno especial, que quisiera cumplir contigo, se quedarán guardados en mi corazón esperando a que el polvo los lance al baúl de los recuerdos.
Siento mi mirada fija en mí y es ahora, cuando decido voltearme para, de una vez por todas, ponerle fin a esto. A tu dolor, a mi dolor. “¡Vete! Continúa tu historia, llena tu vida de sueños cumplidos, de sonrisas y lágrimas de emoción. Y, por favor, bórrame para siempre. Bórrame y olvida todo el daño que te he hecho, y el que te puedo estar haciendo también. No pretendo que olvides para perdonarme, porque ni yo misma podré perdonarme nunca. Solo quiero que tú, que tú seas feliz. Que encuentres de nuevo esa felicidad que yo te robé.” Una última mirada fija en tus ojos empañados y vuelvo a darte la espalda. Me muerdo el labio al tiempo que las lágrimas amenazan, pero me contengo. Cierro los ojos y espero. Suspiras, sollozas. Un paso, otro. Te detienes. Siento de nuevo tu mirada en mí. Un paso, otro. Y tus pies ya no se detienen. Mi corazón se agita y… ¡pum! Un portazo. Silencio. Se acabó. Se terminó. Yo terminé con todo. Con tu dolor, con mi sueño. Aquí, con los pies clavados en el suelo, me asalta una pregunta: Si yo no te hubiese obligado… No. No pensar, no volver atrás. Todo se acabó. Todo.
Lágrimas. Corazón que explota.
Segundos que corren, minutos que pasan, horas que se van.
Un mes en el calendario. Otro. Tacho otro más.
El tic tac del reloj no se detiene. Tic, tac, tic, tac. Uno, dos. Tres, cuatro.
Cinco.

Cinco años después… Cinco años después de ti…

**********

 
Fátima Gómez Brey: nací el 25 de junio de 1993. Escribir es mi pasión, y mi mayor deseo es que a la gente le guste lo que escribo. He ganado varios concursos literarios durante mi paso por la secundaria y en el curso 2012/2013 empezaré el grado de Lengua y Literatura españolas en la USC.
- Fátima escribe en:  http://laberintosdeldestino.blogspot.com.es/

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno! Me recuerda vagamente a una historia que, por desgracia, me conozco...

    ¿Lengua y literatura españolas? Vaya, en ese caso, nos veremos por clase ;)

    ResponderEliminar